segunda-feira, julho 17, 2006

Guia hispânico (21)

Don Miguel de Unamuno (1864-1936)

Entre as tragédias da Guerra Civil de Espanha encontramos inúmeros testemunhos de cobardia e de coragem. Vejamos este conhecido episódio protagonizado por D Miguel de Unamuno na sessão solene do dia da Hispanidade de 1936 na Universidade de Salamanca, de que era então reitor. Passo a citar Antony Beevor em La Guerra Civil Española:
“Mientras tanto, de los altavoces en las calles surgían las notas del himno de la Legión El novio de la muerte y en las emisoras de radio cada tarde sonaba un cornetín para anunciar el “parte” desde el cuartel del Generalísimo. En este ambiente cuartelero iba a tener lugar un notable acto de coraje moral, un incidente jaleado por el énfasis que se dio en él al valor puramente físico de la guerra. El 12 de octubre, aniversario del descubrimiento de América, “Día de la Raza”, tuvo lugar un acto ceremonial en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. La audiencia estaba integrada por notables del Movimiento, incluido un fuerte contingente de la Falange local. En el estrado tomaron asiento Carmen Polo, esposa de Franco, Pla y Deniel, obispo de Salamanca, el general Millán Astray, fundador del Tercio de Extranjeros (que llegó acompañado de sus legionarios), y Miguel de Unamuno, rector de la Universidad. Unamuno, irritado contra los gobernantes de la República, había apoyado al principio el “alzamiento” que debía “salvar la civilización occidental, la civilización cristiana que se ve amenazada”, pero no podía pasar por alto la matanza que se había llevado a cabo en la ciudad bajo las órdenes del comandante Doval, (…) ni los asesinatos de sus amigos Castro Prieto, alcalde de Salamanca, Salvador Vila, catedrático de árabe y hebreo de la Universidad de Granada, o García Lorca.
Los discursos iniciales corrieron a cargo de Vicente Beltrán de Heredia y de José María Pemán. Acto seguido el profesor Francisco Maldonado lanzó una tremenda diatriba contra los nacionalismos catalán y vasco, “cánceres de la nación” que había de curar el implacable bisturí del fascismo. Al fondo de la sala alguien lanzó el grito legionario “¡Viva la muerte!” y el general Millán Astray, que parecia el auténtico espectro de la guerra, manco, tuerto y cubierto de cicatrices, dio los “¡Vivas!” de rigor, mientras los falangistas saludaban a la romana hacia el retrato de Franco, que colgaba sobre el sitial de su esposa. El alboroto se desvaneció cuando Unamuno tomó la palabra:
Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo, lo quiera o no lo quiera, es catalán nacido en Barcelona.
Pla y Deniel se removió a disgusto por la alusión de Unamuno a su lugar de origen, que era casi en si mismo una implicación de deslealtad a la cruzada nacional. Entre el silencio, Unamuno prosiguió:
Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito: “¡Viva la muerte!”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astral es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta pensar que el general Millán Astral pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.
Llegado Unamuno a este punto, Millán Astray ya no pudo contener su ira por más tiempo. “¡Muera la inteligência! ¡Viva la muerte!” gritó a pleno pulmón. Falangistas y militares echaron mano a sus pistolas y hasta el escolta del general apuntó su subfusil a la cabeza de Unamuno, lo que no impidió que éste terminara su intervención en tono desafiante:
Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España.
Hizo una pausa y dejando caer, sin fuerza, los brazos, concluyó en tono resignado: “He dicho”. Se dice que la presencia de Carmen Polo le libró de ser asesinado allí mismo y que cuando Franco se enteró de lo que había ocurrido lamentó que no hubiese sido así. Seguramente los nacionales no asesinaron a Unamuno por la fama internacional del filósofo y por la reacción que había causado ya en el exterior el asesinato de García Lorca. Pero Unamuno, destituido como rector y confinado en su domicilio, murió el día de fin de año consternado y tachado de “rojo” y traidor – aunque su funeral fuera manipulado por los falangistas – por aquellos a quienes él había creído amigos.
(Pág 149 – 152)

2 comentários:

Anónimo disse...

Corajoso, de facto.Podia ter-lhe custado a vida.

Anónimo disse...

Unamuno será também lembrado pela sua novela "Paz en la guerra" (parece haver neste título qualquer alusão a Tolstoi...), escrita cerca de sessenta anos antes do referido episódio. A acção decorre durante o terceiro cerco carlista de Bilbao (1874) e foi vivida pelo escritor, então com dez anos. No prólogo à segunda edição, escrito em 1923, Unamuno refere " Al entregar de nuevo al publico (...) este libro de mi mocedad (...)lo hago con el profundo convencimiento de que si algo dejo en la literatura a mi patria, no será esta novela lo de menos valor en ello. Permitidme, españoles, que así como Walt Whitman dijo en una colección de sus poemas: " Esto no es un libro; es un hombre!", diga yo de este libro que os entrego otra vez: " Esto no es una novela; es un pueblo".

tc